martes, 16 de julio de 2013


                             Es inevitable

                                        Capítulo 29

Seguí pensando. ¿Adriana también estaría pensando en mi? Cuando piensas en una persona y no puedes dejar de hacerlo, dicen, que es porque esa persona también piensa en ti. Seguro que ella también piensa en mi. Yo la quiero mucho. Espero que ella a mi también. Seguro que sí porque ella me lo demuestra y yo se lo demuestro. Quiero que se de cuenta de que no está sola, que hay mucha gente que la quiere y quiero que se deje de hacer daño porque no sirve de nada porque cree que se hace daño ella, solo ella, pero nos hace daño a los demás y eso no es bueno y le hace daño a su hermano David y él sufre mucho…

Me levanté de la cama. Mis padres me querían llevar a un centro comercial de Portugal.

Narra Adriana:

David entró por la puerta. Traía cara de tristeza y preocupación.

- ¿Por qué lo hiciste?- preguntó David.

Rocé las yemas de mi dedos contra la venda que llevaba puesta y noté la cicatriz a través de la venda. No contesté.

- Dímelo, Adriana.- dijo David.

- El tío… ha muerto.- dije con la voz entrecortada.

Por el rostro de David cayeron algunas lágrimas que rápidamente se las sequé yo.

- Hay que ser fuerte, David.- dije.

- No eres la más indicada para decir eso.- dijo David con un tono seco.

- Lo sé, pero a partir de ahora me he propuesto serlo y espero que tú también lo seas.- dije.

- Se que no cumplirás esa promesa. Siempre estás con las promesas y después, no cumples ninguna. Siempre vuelves a hacerte daño. Adriana, estoy cansado de que me intentes hacer creer cosas que no son. Se que no vas a cumplir la promesa, lo sé.- dijo David para después marcharse.

Se lo notaba enfadado conmigo y eso me dolía, pero me lo merecía porque soy una estúpida. No debería hacerme daño, pero lo hago porque soy estúpida, sí, demasiado. Empecé a llorar porque me dolía ver a David así. Mi madre entró en mi cuarto.

- ¿Qué te pasa?- preguntó.

- David está enfadado conmigo.- dije ahogándome entre lágrimas.

- Pero no llores.- dijo mi madre.

- ¿Prefieres que llore o que me corte?- pregunté enfadada.

- Que llores.- contestó mi madre con la voz entrecortada.

- Pues ya está.- dije.

- Bueno, cuando se pueda y quieras hablar, vienes.- dijo mi madre para después salir de la habitación cerrando la puerta despacio.

Cogí las cuchillas que había traído y las escondí. No quería que nadie las encontrase porque si las encontraban me regañarían y no quería escuchar otra bronca más. No me guardé ninguna. Ahora no tenía ganas de hacerme daño. David no se merecía que me hiciese daño.

Fui al baño y me sequé las lágrimas. Me lavé la cara, sobre todo los ojos. Se me había corrido la pintura que llevaba puesta en los ojos. Normalmente, siempre se me corría porque estaba llorando y tenía que estar siempre limpiándome la cara y volviéndome a pintar, pero ya se había convertido en una costumbre y me gustaba esa costumbre. Cogí el lápiz de ojos y me volví a pintar los ojos. No mucho. No quería destacar. Solo me los pinte un poco. Como siempre. Al salir del baño me encontré con mi padre que nada más verme, me dio un abrazo. Sonreí.

- Gracias.- susurré.

Mi padre no dijo nada.

Apareció Cristina y también me dio un abrazo.

- Ahora hay que ser fuertes. El tío ya no está con nosotros físicamente, pero si en nuestros corazones. Así que si alguna vez te sientes mal, piensa en él. Él te ayudará y te animará desde donde esté.- dijo Cristina.

- Gracias.- susurré.

Cristina sonrió.

- Hay que salir de esto.- dijo mi padre.

Asentí.

- Y con ayuda, saldrás antes de esto.- dijo Cristina.

Volví a sentir y susurré débilmente:

- Sí.

Cristina me abrazó más fuerte. Ella quería que yo sintiese el apoyo.

Narra Marc:

Estaba preocupado por Adriana. Ella seguro que estaba mal por lo que le pasó a su tío. Así que la llamé. Uno… dos… tres… tonos. ¡Por fin! Escuché su voz y me alegré.

Narra Adriana:

Oí el móvil y rápidamente fui a por él. Vi que era Marc y lo cogí lo más rápido que pude.

- ¡Marc!- exclamé.

- Adriana, preciosa.- dijo Marc.

Al oír su voz, sentí fuerzas. Sentí que podía seguir.

- ¿Estás ahí, Adriana?- preguntó Marc.

- Sí.- contesté.

- ¿Qué tal estás?- preguntó Marc.

Le conté todo lo que me había pasado desde mi llegada a Galicia hasta este preciso momento.

- Debes ser fuerte, Adriana.- dijo Marc.

- Lo sé.- dije.

- Sabes que muchas personas te quieren y te apoyan. Y sabes, que tampoco estoy muy lejos, le cuento todo a mis padres y vamos para allá.- dijo Marc.

Sonreí.

- Ahora mismo estoy sonriendo y es gracias a ti.- dije.

- Me alegra. Bueno, te tengo que dejar porque mi madre se quiere comprar ropa premamá. Adiós, te quiero.- dijo Marc.

- Adiós, te quiero.- dije sonriendo.

Colgué.

Le conté lo que hablé con Marc a mis padres y Cristina.

Narra Marc:

Al hablar con Adriana, me quedé más aliviado. Al saber que estaba sonriendo gracias a mi, me alivió. Me alivió demasiado. Su voz era tan dulce. Me encanta escuchar su voz. Sonreí al recordarla. Siempre que la recordaba lo hacía sonriendo. No me gustaba verla mal. Creo que a ningún novio le gusta ver mal a su novia. Nos gusta verlas sonriendo y más si es gracias a ti.

- ¿Por qué sonríes así?- preguntó mi madre.

- Es que hablé con Adriana y ahora la estoy recordando y por eso sonrío.- respondí.

- Te pasa lo mismo que a tu padre cuando él y yo salíamos.- dijo mi madre.

Reí tímidamente.

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