Quizás sea otra historia más
*Esta es una pequeña historia que se me ocurrió sin más y que decidí escribir, me costó porque andaba algo escasa de imaginación después de tantos meses sin escribir, pero salió y aquí está, espero que os guste.*
Era una noche de verano. Calurosa. Savannah estaba mirando hacia la oscuridad de la noche que asomaba por su ventana. Imaginando lo que hacían otras personas en sus habitaciones. Sin poder dormir como ella. Historias sin contar. Historias que jamás se contarían. Historias que ella se imaginaba como eran. Un matrimonio durmiendo. Otro matrimonio pensando en como la rutina les ahogaba y más sabiendo que tendrían que aguantar a sus hijos un verano entero, la solución era irse de vacaciones con los abuelos para que ellos también los cuiden. Una chica como ella, sin poder dormir. Un chico esperando la llamada de una chica. Pero no. Las chicas no llaman a los chicos, esperan a que ellos lo hagan. Lo que le hizo pensar que ella estaba esperando la llamada de un chico. Pero en realidad ya no esperaba nada de nadie. Ella le quería o le quiso, porque ya no podía sentir nada, no después de todo el dolor que ella sentía. Lo único que podía sentir era dolor y miedo. Dolor y miedo. Lo único que podía pensar en los minutos y horas que pasaba despierta. Dolor y miedo lo que le atormentaba en pesadillas. Dolor por las pérdidas y miedo de volver a perder a alguien importante en su vida. Dolor y miedo lo que producía sus lágrimas cada noche. Dolor y miedo lo que le hacía deslizar una cuchilla por su muñeca izquierda. Lo único que podía calmar su dolor emocional era el daño físico. Así que se imaginó a ella deslizando una cuchilla por su muñeca, pero había un problema. No podía realizarlo ahora. Su madre había escondido cualquier cosa afilada y le había quitado todas las cuchillas. No le quedaba ninguna. Lo único que pudo hacer era ahogarse más en lágrimas, esperar a que amaneciese mientras ella seguía entre lágrimas o dormir entre lágrimas. ¿Y por qué tanto dolor y tanto miedo? El fallecimiento de su abuela materna, ver como ella se consumía poco a poco, sin poder hacer nada, ver como ella se había olvidado de Savannah. El fallecimiento de su abuelo paterno por un infarto. El fallecimiento de su abuela paterna hacía ya mucho tiempo. Le quedaba su abuelo materno, pero él estaba en una seria depresión, lo más divertido que hacía era dormir. Ella había intentado sacarle a pasear, llevarle al río, a la playa, a la montaña, pero él se quedaba dormido en el coche y había que volver o empezaba a gritar y dar pequeños saltitos hasta que se caía y se hacía daño así que también había que volver. Y después estaba su madre, Jena. Prueba tras prueba con el miedo en el cuerpo. Sin saber lo que serán esos bultos en la pierna derecha. Tal vez benignos o tal vez malignos. Un miedo que empezaba desde lo más profundo y le iba consumiendo poco a poco hasta dejarle agotada y malhumorada. Sin saber los resultados el miedo y el dolor seguían acechando.
- Mamá, ¿llegaron los resultados?
La voz de Savannah sonó temblorosa. El miedo volvía a surgir.
- Sí.
Su madre lo dijo sin más.
- ¿Y qué tal?
La voz de Savannah apenas logró salir de su garganta. Se le había formado un nudo en ella.
- Bien.
Pero la voz de su madre escondía algo. El sudor también lo dejaba ver.
- Déjame verlos.
Tuvo que decirlo en un susurro. En realidad no se atrevía a verlos, pero lo hizo.
Mal. ¿Por qué la mentía si lo iba a saber igualmente? Mal no, fatal. Lo peor que se podía esperar.
- ¿Por qué me mientes? ¿Por qué intentas que no lo sepa? ¡Voy a enterarme igualmente y lo sabes!
- Ya he asumido que me voy a morir. Así que está bien.
- No está bien, sabes perfectamente que una muerte nunca es buena. No si después va a haber dolor tras ella.
La voz de Savannah era de enfado. Por todas las mentiras. ¿Por su bien? Ella solo quería saber la verdad, no le importaba su bien.
Su madre se marchó sin decir palabra mientras que Savannah gritaba:
- ¡No te vas a morir porque un cáncer no va a poder contigo!
Y tras decirlo, las lágrimas resbalaron por sus mejillas empapándolas.
No podía permitir que otra persona se marchara de su vida, no después de tantas pérdidas. Sentía rabia, dolor y miedo. ¿Por qué a una persona le pueden pasar tantas cosas que causen tanto daño? ¿Por qué la vida es tan injusta con algunas personas? ¿Por qué las mejores personas sufren? Tantas preguntas y ninguna sin respuesta. Seguramente nadie podría resolverlas. Son cosas que pasan dicen algunas personas. Otras dicen que a lo mejor se lo merece, ¿pero qué hizo ella para merecer tanto dolor?
Y corrió, no le quedaba otra, daño físico, solo podía pensar en ello. Buscó las cuchillas lo más deprisa que pudo. Nadie estaba atenta a ella ahora. Tenía una idea de donde podían estar y sí, escondidas tras un cajón de la cocina. Y volvió a correr, esta vez hacia el baño, cerró la puerta con pestillo y se miró al espejo. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué una niña tan feliz como ella podía haber acabado tan destruida? ¿Qué había hecho mal? Tal vez todo, tal vez nada. Sin pensárselo dos veces agarró la cuchilla con todas sus fuerzas y la apretó contra sus muñecas. Era la primera vez que no estaba tan segura de hacerlo. Tal vez esto significaba un pequeño avance, pero sabía que nadie podía sacarla de este pozo donde ella se encontraba, ni siquiera un psicólogo, solo había una persona que podía lograrlo y era ella misma, pero ella estaba tan consumida, tan destruida que lo único en lo que pensaba era en acabar con el dolor y no pensaba en las consecuencias.
- ¡Savannah! ¡Savannah!
Escuchó Savannah a su madre gritar.
Deslizó la cuchilla por su muñeca, la sangre empezaba a surgir. El dolor seguía dentro. Incrustado en ella. Sabía que así no iba a ninguna parte, ¿pero que podía hacer? Ella estaba metida hasta el fondo del pozo y no veía luz alguna por la que salir a la superficie. La muñeca le escocía, la sangre no paraba de salir, las lágrimas tampoco paraban de salir, quitó el pestillo y se sentó en el suelo. Se arrepentía. Mucho. Había vuelto a causar daño, no solo a ella, también a su gente. Nadie estaría orgullosa de ella si seguía así.
Su madre entró al baño y no puedo reprimir las lágrimas. Savannah susurró un lo siento. Su madre le lavó la herida y se la vendó. Savannah solo podía llorar y susurrar lo siento.
- Savannah, nunca más, por favor.
Su madre la abrazó y entonces ella volvió a sentir algo de amor, volvió a sentir algo más que dolor y miedo. Y rabia de vez en cuando. Otro pequeño avance.
Savannah se desmayó escuchando unas últimas palabras: te quiero. Todos te queremos. Tu padre, tu hermano y yo. Eran de su madre, venían de parte de toda la familia. Era lo que necesitaba oír. Un te quiero para coger fuerzas.
Savannah se despertó en la habitación de un hospital. Lo sabía por la cama, las paredes y el suero que ella llevaba puesto.
- Hola.
Era la voz de su hermano mayor, Luke. Su pelo se había vuelto más rubio y había adelgazado un poco.
- ¿Cómo estás?
Era su padre, Blake. Sus ojeras estaban marcadas debajo de sus ojos. Se notaba que había dormido poco. Su pelo rubio había oscurecido.
- Supongo que mejor.
Savannah notó como le costaba hablar.
- Avisaré a un médico.
Era su madre. Su pelo moreno se veía algo canoso y sus ojos estaban llorosos.
- Lo haré yo, mira como estas.
Era la voz de su padre. Ella miró a su madre, estaba temblando.
Pero antes de que saliese por la puerta su padre, Savannah volvió a desmayarme y jamás volvió a abrir sus dulces ojos de color miel, jamás pudieron volver a verlos. Ella había acabado con su dolor, con su miedo, con su rabia y los pequeños avances habían dejado de surgir. Ella había emprendido otro camino, lejos de toda su gente, lejos de cualquier dolor, miedo o rabia. Ella ahora estaría en paz. Lejos de cualquier mal que le pueda volver a causar algún daño, pero no sabía el dolor que dejaba entre su gente, el dolor que ella había sufrido pasaba a manos de otros.
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